Llueve sin permiso.
El frío salta de los charcos a los cuerpos.
No distingo a nadie; todos ocultos bajo la capota del paraguas.
Llueve, todavía
más, en los extremos del toldillo abierto;
vamos encogidos bajo el espacio que
cubre
y nos aferramos al mástil de este barco invertido.
Sólo veo volúmenes
curvados contra el aguacero.
Anonimato.
La soledad me cala hasta los huesos.
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