Nos conocimos hace tiempo, en mi niñez,
en las festivas regatas,
en mi onomástica,
al mancharme el vestido de moras,
en el primer día de colegio,
cuando la poesía asomó a mi corazón.
Me alivió sentir que por fin te
acercabas.
Viniste en mi rescate
pues en meses abrasadores
permanecí cautiva en la sombra de una
cueva.
Te vi llegar mansamente
vistiendo un traje de viejo oro y
grana
pintando bosques, definiendo riberas.
Entre las estaciones
te prefiero a la joven de fronda y
frescura;
te escojo por la calidez de tu
presencia
por la tímida luz de tu rostro que ni
quema ni deslumbra,
como gusta hacer a la soberbia
estrella solar.
Me eres más amigable que tu hermano invierno
que sobrecoge,
silencioso y orgulloso con su manto
de armiño.
Te abrazo, otoño,
por la alegría de la vendimia,
porque me traes el recuerdo de los
que más me quisieron,
por el viento que hace volar las
hojas,
por el regalo de la lluvia,
porque saco el abrigo y meto la mano
en el bolsillo,
por las castañas que nos asaba mi
madre