La plaza respira
por los cuatro costados,
ocho calles ciñen su cintura;
hay banderas geranios
y guijarros.
El sol descorre la
cortina de bruma,
ilumina las
estrechas casas pintadas de añil o coral
creando una
ilusión de arco-iris de espuma.
El coche del concejo
rasca y frota fuerte
la cochambre de la víspera,
oigo este fragor
y a chavales tras
el balón,
cientos de voces
infantiles bajo mi balcón.
En las escaleras de
la escuela repiten una soflama
mas nadie la escucha
y el lobo de
Francisco de Asís acecha la calle estrecha.
Una mujer entró
por calle Nueva
compró café, tela
y salió por Campana;
esta es mi geografía
particular que crea casta.
Si al atardecer el
aire mece los ciruelos
sus hojas rojas prometen
larga vida
a los viejos que a su sombra sueñan.
Cuento los doce
tañidos de una campana;
en silencio el día ya alcanzó su final.
Queda el león de
la fuente contemplando la luna,
testigo en la noche.
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